Foto: Ferran García Pichel/Agencia Materia |
Imagine un coro que lleva siglos cantando a la perfección y de repente despiden al 40% de sus miembros y los sustituyen por seres de otra especie. Y ahora imagine que la vida en el planeta depende de cómo suene ese coro. Pues el microbiólogo español Ferran García Pichel ha descubierto que ese coro existe, aunque su existencia no es obvia: es un coro microscópico.
En los últimos cinco años, García Pichel y su equipo han viajado en todoterreno por los desiertos de Estados Unidos, desde Oregón a Nuevo México, llenando el maletero de “costras de suelo”, una especie de galletas formadas por bacterias, líquenes y musgos. Estas costras de suelo, que pueden parecer ajenas para los lectores, en realidad están por todas partes en las zonas áridas, esas que ocupan el 40% de los ecosistemas terrestres del planeta.
García Pichel, microbiólogo de la Universidad del Estado de Arizona (EE.UU.), y sus colegas han descubierto que en esas costras de suelo mandan dos especies de bacterias, Microcoleus vaginatus y la más desconocida Microcoleus steenstrupit. La primera domina en los desiertos más fríos, mientras que la segunda lleva la batuta en los desiertos del sur de Estados Unidos, más calurosos. “Estas bacterias suponen hasta el 40% de todos los microbios de la corteza del suelo. Y en cada una de estas galletas hay miles de especies de microorganismos diferentes”, explica García Pichel.
EFECTOS IMPREDECIBLES
Los autores del estudio, que ocupa hoy la portada de la revista Science, advierten de que el cambio climático puede descuajaringar este coro de bacterias. Si las temperaturas suben como está previsto en el suroeste de EE.UU., hasta un grado por década, los científicos creen que la bacteria más aficionada al calor sustituirá “por completo” a su prima friolera en unos 50 años.
Y no es un cambio menor. Estas dos bacterias convierten la luz del Sol en energía y alimento para el resto de microorganismos del suelo. Su actividad es crucial para la existencia de estas costras de suelo que, pese a su miserable aspecto comparado con un cactus o un coyote, son fundamentales en las zonas áridas, al proteger al suelo de la erosión y al contribuir a la fertilidad de la tierra al fijar carbono y nitrógeno de la atmósfera.
La situación, creen los autores, es extrapolable al resto de zonas áridas del planeta, desde el Altiplano andino hasta el desierto de Almería, en España.
“Decimos que una bacteria puede sustituir a otra en 50 años, pero esta predicción no es necesariamente mala. No sabemos casi nada de la bacteria Microcoleus steenstrupit. El cambio puede ser a mejor. Simplemente, no lo sabemos”, resume García Pichel. El microbiólogo, que investiga fuera de España desde 1986, sólo puede especular por el momento. En función de cómo la omnipresente bacteria amante del calor fije los nutrientes de su alrededor, “puede crear ecosistemas con menos biodiversidad, o todo lo contrario”.
“Nuestra principal conclusión es que ya no podemos ignorar a los microbios cuando estudiamos los efectos del cambio climático”, resume García Pichel, que ha colaborado con las biólogas Pilar Mateo y Virginia Loza, de la Universidad Autónoma de Madrid.
El microbiólogo Ricardo Amils, investigador del Centro de Astrobiología y ajeno a este estudio, también señala “la ausencia de investigación sobre los efectos del cambio climático en los microbios”, aunque recuerda un trabajo reciente que alertó de los efectos del cambio global en los microorganismos de alta montaña en los Pirineos, a unos 2.500 metros de altitud. En este caso, las transformaciones se produjeron no tanto por la temperatura como por una mayor llegada de polvo del Sáhara, que aumentó la cantidad de fósforo depositado en los lagos y modificó la vida en estos ecosistemas.
Fuente: Diario El Comercio
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