Desde el jueves 22 las salas de cine limeña estrenarán la película documental Kachkaniraqmi (Sigo siendo) de Javier Corcuera, un importante filme que realiza un viaje musical que empieza en la amazonía peruana, atraviesa los Andes y termina a orillas del Océano Pacífico, contando historias de músicos de cada región. Pronto llegará a otras salas del país y a salas europeas.
A continuación compartimos un artículo sobre el filme escrito por Nelson Manrique en el diario La República y que nos proporciona una imagen acerca del valor e importancia de esta cinta.
Seguimos siendo
Por Nelson Manrique
En 1966 sufrí una conmoción al oír el disco Ayacucho de Raúl García Zárate, que contiene algunas de las mejores interpretaciones instrumentales de la historia de la música peruana. Pero Ayacucho conmueve no solo a los melómanos sino a todos. Como me comentó un amigo: “García Zárate confiere a esta música una dignidad que permitirá a quienes la desdeñan apreciarla en lo que realmente vale”. Tuvo razón: el reconocimiento universal de Raúl García Zárate ha crecido junto con el de la música que él contribuyó a dignificar.
He sentido una conmoción similar al ver Kachkaniraqmi –Sigo siendo–, la película de Javier Corcuera. Es cine y es poesía con color y movimiento, y en su urdimbre la música popular peruana adquiere una dignidad majestuosa. Corcuera ha logrado un maravilloso contrapunto entre imagen, luz, sonido y trama, a través de un cuidadoso trabajo, todo atravesado por la presencia intangible de José María Arguedas, como un espíritu tutelar que define una mirada peculiar sobre el país y sus gentes.
La película se abre con una cita del autor de Todas las sangres: “Existe en el quechua chanka un término sumamente expresivo y muy común; cuando un individuo quiere expresar que a pesar de todo aún es, que existe todavía, dice: ¡Kachkaniraqmi!”. Sigo siendo testimonia la vigencia de una identidad que, sometida a durísimas pruebas, ha sido capaz de persistir, recreándose en un continuo diálogo e intercambio con las demás culturas del mundo. Javier Corcuera ha construido una historia sobre los peruanos tomando como hilo conductor el retorno de algunos de sus más grandes músicos populares –como el violinista Máximo Damián– a su lugar de origen, el pueblo donde nacieron, donde les nació la vocación y donde terminaron convirtiéndose en portavoces privilegiados de la sensibilidad de sus coterráneos: sus sueños, penas y alegrías. Muchos han vivido el desgarro de la migración y Lima es un referente obligado para ellos y para los millones de peruanos que abandonaron su tierra de origen para dirigirse a la capital y cambiarle el rostro.
Hay temas recurrentes desde las primeras escenas: el agua, los caminos, el viaje, paisajes que quitan el aliento y la música, donde todo empieza y todo desemboca. Navegando en una laguna de una belleza sobrecogedora una nativa shipiba, Roni Wano (Madre del Agua), canta una bellísima canción al agua en shipibo conibo para exorcizar el desastre ecológico que nos amenaza.
Don Máximo Damián, eximio violinista ayacuchano amigo de Arguedas, se dirige a su comunidad, Ishua, para participar en la fiesta del agua. En el camino se detiene en Carmen Alto, en Chincha, para rendirle homenaje a don Amador Valleumbrosio, violinista negro y eximio zapateador. El cortejo con que visita su tumba lo forman decenas de jóvenes que zapatean acompañados por el mágico violín de don Máximo y el ensamble entre el zapateo negro, las melodías andinas y la percusión afroperuana es maravillosamente armónico; un diálogo intercultural que no conoce de teorías y se funde con la historia: los antepasados de Valleumbrosio narraban que originalmente ellos se acompañaban con la percusión, y quienes trajeron el violín fueron los indígenas migrantes de Ayacucho y Huancavelica, que venían a trabajar a las haciendas. Es igualmente una lección de interculturalidad la bellísima muliza huanca que Carlos Hayre compuso para el filme, con un sutil contrapunto entre saxos y clarinetes que es una lección de vanguardismo musical firmemente asentado en una sólida identidad nacional.
Don Máximo prosigue su camino y participa en el bautizo ante el apu tutelar y del debut de Palomita, una joven danzante de tijeras, limeña de nacimiento e hija de padres puquianos. Signo de los tiempos: esta era tradicionalmente una actividad reservada a los hombres.
En esta inolvidable película desfilan maestros consagrados de la música popular andina, como Damián, Raúl García Zárate y Jaime Guardia, junto con jóvenes valores de voces maravillosas como Magaly Solier y Consuelo Jerí. Participan también grandes artistas de la música costeña, como los guitarristas Félix Casaverde y Carlos Hayre, lamentablemente desaparecidos, junto con figuras consagradas como Susana Baca y Rosita Guzmán, y nuevas cantantes entre las cuales destaca Sara Van, una joven peruana radicada en Madrid, cuya versión de “Cardo o ceniza”, de Chabuca Granda, tiene una fuerza estremecedora. Y tantos más.
Extrañé a Manuel Acosta Ojeda –por lo demás profusamente citado por sus pares–, que debió aportarnos su sabiduría y su legendaria chispa criolla.
Esto somos. Seguimos siendo.
(Por favor, ¡lancen pronto la banda sonora!).
Fuente: SERVINDI
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