Escribe Marc Dourojeanni / Profesor Emérito de la Universidad Nacional Agraria de La Molina
Según información oficial de 1990, en la Amazonía peruana se había deforestado 7.000.000 ha. La misma fuente informó que en el año 2000 la deforestación en dicha región alcanzó 7.173.000 ha y, según el último informe, hasta 2012 se había deforestado 7.900.000 ha, en este se incluyó también bosques de otras regiones del país. Si se lleva en cuenta que en esos mismos 22 años en la Amazonía del Perú fueron construidos algunos miles de kilómetros de carreteras nuevas, que hubo un considerable aumento de la población y del número y extensión de las propiedades rurales y que la explotación maderera, petrolera y minera, en especial la última, crecieron de manera considerable, el Perú habría realizado la proeza, inédita a nivel mundial, de controlar más que razonablemente (apenas 41.000 ha/año) la destrucción de sus bosques naturales.
Más aún, según las mismas fuentes oficiales, la superficie de bosques amazónicos que había disminuido entre 1975 y 1995, pasando de 71,8 a 66,6 millones de hectáreas, contrariando la lógica ha “aumentado” entre 1995 y el 2000 (68,6 millones de hectáreas) y ha continuado aumentando hasta el 2012 (69 millones de hectáreas). Es decir que en el Perú, a contramarcha de todos los países tropicales, los bosques amazónicos estarían aumentando y eso, sin siquiera reforestar.
Es pues obvio que esos datos contradictorios esconden misterios, algunos de los cuales se trata de elucidar en esta nota. El principal, sin duda, es entender cómo esas cifras proporcionadas por técnicos calificados consiguen dar la impresión de que en la Amazonía peruana se deforestó muy poco -o nada- durante más de dos décadas, mientras que en el resto de los países tropicales y de la Amazonía se perdieron varios millones de hectáreas de bosques.
Esas informaciones de fuentes gubernamentales, además de incoherentes cuando se observan en su conjunto, contradicen la experiencia de los viejos que medio siglo atrás vieron y fotografiaron selvas a perder de vista, donde hoy solo existen paisajes serranos exhibiendo algunos eucaliptos raquíticos.
UNA AMAZONÍA PERUANA QUE SE ENCOJE
El Perú, a diferencia del Brasil (Amazonía Legal o Región Norte), no tiene una definición clara de lo que es su porción amazónica, a la que llama de Región Selva. Tradicionalmente se ha considerado que la Selva era la extensión al este de los Andes Orientales, que comenzaba con la línea de vegetación forestal, en general bosques de neblina, a unos 3.800 metros de altitud y que se extendía por el llano amazónico hasta menos de 100 metros de altitud en la frontera con el Brasil. Hasta la década de 1960, el gobierno aplicaba ese criterio ecológico para demarcar la Región Selva que se estimaba cubría 77,9 millones de hectáreas. Pero ya a fines de la década de 1970, especialmente la de 1980, pasó a ser mencionada la cifra de 75 millones de hectáreas y en la actualidad el gobierno considera que la Región Selva posee solo 72 millones de hectáreas.
No existe ninguna explicación técnica para la “desaparición” de casi 6 millones de hectáreas de la Región Selva del Perú, la que ha sido transferida a la vecina Región Sierra. Aunque eso sea admisible, ya que la eliminación de la vegetación de esa parte alta de la Amazonía la ha transformado en un paisaje serrano, este hecho resulta conveniente para disfrazar el problema de la deforestación. En efecto, si la Amazonía peruana se encogió 7,6% se reduce asimismo el área total deforestada y si, cada nuevo inventario de la deforestación desconsidera para su línea de base lo que ya dejó de ser bosque en la parte alta, aumenta el divorcio entre los resultados y la realidad.
Si ese fuera el caso, la deforestación acumulada en la Región Selva anunciada por el Ministerio del Ambiente para 2012 (7,9 millones de hectáreas) debería ser acrecentada con los 5,9 millones de hectáreas descartados, siendo en realidad de 13,8 millones de hectáreas lo que equivale al 17,7% de la Selva (con 77,9 millones de hectáreas) y no a apenas al 11% (con 72 millones de hectáreas). Dicho sea de paso, esa especulación coincide con el porcentaje de deforestación que es estimado por observadores independientes y con la realidad que se observa durante cualquier viaje a la parte alta de la Selva, donde los relictos de bosque tropical en lugares inaccesibles no dejan duda sobre lo que ocurrió.
¿QUÉ DEBE MEDIRSE COMO DEFORESTACIÓN?
La mayor parte de las informaciones sobre deforestación son un subproducto de estudios cuya intención principal es medir o describir (área, volumen, tipos) los bosques que existen. Para ese fin, en principio, cualquier masa forestal es bosque y, aunque las metodologías discriminan los bosques secundarios jóvenes de origen antrópico del resto, ellas en general no se interesan por distinguir la vegetación secundaria más antigua. Es decir que una parte de la deforestación más antigua transformada en purmas (o capoeiras en portugués) de más de 8 a 10 años (eso depende de varios factores) es camuflada al ser contabilizada como bosque. Esto es técnicamente válido y reconocido oficialmente, habiendo sido usado en los últimos estudios para explicar por qué se registró una deforestación tan limitada y por qué en lugar de disminuir el bosque habría aumentado. Es verdad que la intensa actividad guerrillera de los años 1990 obligó muchos campesinos a abandonar la tierra. Un estudio reciente en Colombia reveló el mismo fenómeno. Pero la situación de instabilidad en el Perú terminó hace ya más de una década.
El problema es que, desde el punto de vista ecológico y ambiental, los bosques secundarios no son equivalentes a los bosques originales. Su diversidad biológica es demostradamente mucho menor y sus servicios ambientales, aunque importantes, no son equivalentes. Puede llevar muchas décadas asumir que un bosque secundario vuelve a ser clímax. El gobierno peruano en varios documentos ha incluido los bosques secundarios como “ganancias ambientales” y eso es aceptable, por ejemplo, para estimar temas de fijación de carbono. Pero, si se trata de medir el problema de la deforestación, la inclusión de la vegetación secundaria como bosque, sin especificar, distorsiona muy significativamente la estadística sobre deforestación. Esa información debería aparecer claramente diferenciada en los resultados.
Tampoco queda claro en la información de esos estudios el modo en que se informa sobre la agroforestería de café y cacao bajo sombra densa. Como en el caso anterior, existe una cobertura arbórea pero ella no equivale ecológicamente al bosque original y debería ser contabilizada como lo que es, o como área deforestada, según el objetivo del estudio.
LA INCONSISTENCIA DE LOS DATOS
De acuerdo al gobierno, en el año 2000 el departamento de Loreto había deforestado 945.600 ha. Una medición especial independiente de la deforestación en ese departamento mostró que en 2012 ya había 1.304.000 ha deforestadas, es decir que en 12 años se perdieron 358.400 ha, o casi 30.000 ha/año. O sea que la deforestación anual en apenas uno de los 14 departamentos que tienen biota amazónica y que, además, es el menos deforestado (3,6%), representaría el 75% de la deforestación anual de toda la Amazonía peruana. Eso, obviamente, es inverosímil.
Pero hay más. Incongruentemente la información oficial considera, sin mayores explicaciones, que la deforestación actual es del orden de 150.000 ha/año y no de 41.000 ha/año como se desprende de los datos antes citados. Si se aplica eso a los últimos 12 años resulta un área deforestada adicional a la del 2000 (7.173.000 ha) de 1.800.000 ha, lo que representa casi 9 millones de hectáreas y no 7,9 millones como el informe de 2012 anuncia para todo el Perú. El autor no pretende explicar tantas discordancias. Además, hay quienes añaden a lo expuesto una serie de otras posibles distorsiones fruto de cuestiones técnicas, como el tipo de imágenes satelitales, la escala, chequeos de campo y errores en el procesamiento
Pero en términos generales, salvo mejor opinión, es probable que para afirmar que el área boscosa aumentó entre 1995 y 2012, se acudió simultáneamente a la alternativa de incluir la vegetación secundaria como área no deforestada y a la reducción del área considerada como Región Selva. La realidad debe ser, pues, muy diferente.
LA IMPORTANCIA DE LA VERDAD
Muchos gobiernos disfrazan la realidad mediante sus informaciones estadísticas sobre destrucción de bosques tropicales. Eliminar bosques milenarios que cuidan de la biodiversidad y que aseguran importantes servicios ambientales no es política ni ecológicamente correcto. Por eso se anuncian misiones imposibles como la “deforestación cero”, que es obviamente una utopía pero en el calor del momento brinda aplausos. Además, existen ventajas de financiamiento y de asistencia técnica cuando el comportamiento ambiental de un gobierno es bueno. Las estadísticas de las organizaciones de las NNUU apenas reflejan las informaciones de los gobiernos para evitar conflictos con estos. Por eso, en verdad, tampoco son muy confiables.
En el caso del Perú el problema parece originarse más en la falta de interés en saber la realidad que en el deseo de esconderla. A diferencia del Brasil, donde anualmente se hace un registro especial y meticuloso, bastante independiente, de la deforestación y del uso del fuego, que además es sistemáticamente analizado, discutido y criticado por organizaciones de la sociedad civil, en el Perú la deforestación solo se estima esporádicamente, cada vez usando criterios y técnicas diferentes y, como hemos visto, cambiando la línea de base de la evaluación. Más aun, en general el objetivo de esos estudios no es el de determinar la deforestación sino el de saber la extensión de los bosques.
Están previstos dos estudios o inventarios a ser desarrollados próximamente en el Perú para determinar con precisión la situación de los bosques. Ojalá que ellos sean la base sobre la que de ahora en adelante se determine seriamente, cada año y sobre bases científicamente fundamentadas, el avance de la deforestación en la Amazonía de ese país.
Fuente: Actualidad Ambiental
0 comentarios:
Publicar un comentario