viernes, 22 de marzo de 2013

Cañaris, una oportunidad para el Perú

Foto: Internet
Juan Javier Rivera Andía

Apenas iniciado el año 2013, un pueblo peruano hasta entonces “invisible” ocupó varias páginas de la prensa peruana. Este pueblo llamado Cañaris está en el centro de un área cultural quechuahablante que se extiende por las fronteras entre Lambayeque, Cajamarca y Piura. En esta sierra, prácticamente escondida, sin carreteras ni redes eléctricas que la atraviesen y sin mucho contacto con ninguna de las capitales de esos departamentos, tuve la suerte de vivir haciendo “trabajo de campo” como antropólogo entre los años 2008 y 2011.

¿Qué sucedió en Cañaris? Luego de negociaciones infructuosas con una empresa minera, que accede a su distrito por una carretera que evade todos sus caseríos, y de asedios inútiles a la desidia de las autoridades regionales y nacionales, la comunidad protestó públicamente. Decidió que el Estado oiga su voz, que fue previamente expresada en acciones pacíficas y democráticas, que es renuente a la gran minería y que busca un desarrollo fundado en los medios que sustentaron siempre su forma de vida campesina. Tal es su decisión, para muchos, impresionante.

Durante años Cañaris ha sido asolada por bandoleros foráneos que han usurpado sus tierras con el poder de las armas. Sin embargo, nadie recuerda haber visto algún policía hasta que, en las recientes protestas, cientos de efectivos ocuparon la zona, restringieron el acceso y dispararon contra la población. Ni los heridos de gravedad, ni el funeral de un hombre de avanzada edad, aparentemente asfixiado por los gases lacrimógenos, han merecido la atención de la prensa.

¿Qué más les ha proporcionado el Estado hasta ahora? ¿Los escasos y pequeños hospitales empeñados en imponerles prácticas de “salud” que les son ajenas? ¿Escuelas, a horas de camino, con profesores que no hablan su idioma ni tienen incentivos para aprenderlo? Más aún: ningún agente del Estado que hayamos encontrado alguna vez allí hablaba quechua o se interesaba por ser traducido al idioma indígena de Cañaris. Por su parte, la reciente “mesa de diálogo”, instalada por el gobierno en Lambayeque ni siquiera se ha planteado un problema tan fundamental para sus objetivos, que parecen concernir solo a los hispanohablantes.

Todo parece indicar que estamos ante una historia que se repite, tanto en el pasado como en otras regiones del Perú. Pero creemos que estamos aquí no solo frente a un asunto de legitimidad, sino sobre todo frente a una cuestión de conocimiento. ¿Cuánto de legitimidad y de conocimiento estamos dispuestos a perder, en aras de un supuesto progreso y de unos ingresos que, por lo demás, no parecemos estar en capacidad de aprovechar en bien de todos? Cañaris muestra bastante bien cuánto persistimos en ignorar ―en ambos sentidos de la palabra― el lado indígena del Perú. Y esta ignorancia es tanta que bien podría dudarse si se debe a carencias crónicas o a ocultas voluntades.

No se requiere, en verdad, esfuerzos desmedidos para verificar que Cañaris posee, por poner solo algunos ejemplos, una música, unas fiestas y una tradición oral únicas en el Perú (y probablemente en todos los Andes); que mantiene conocimientos ancestrales en áreas tan diversas como la medicina tradicional o la arquitectura religiosa; que preserva restos arqueológicos de inusual iconografía y bosques relictos con numerosas especies aún no estudiadas. ¿Tienen acaso nuestras instituciones para el desarrollo y la cultura alguna utilidad mayor que la de promover el conocimiento de regiones como Cañaris?

A pesar de estar rodeados por una sociedad que, si no los ignora, los estigmatiza de “pobres” o de “radicales”, los ciudadanos de Cañaris muestran una dignidad y una fortaleza notables. ¿Por qué siguen hablando un idioma que es ajeno al poder? ¿Por qué no ceden a la tentación de la violencia clandestina y siguen apelando al derecho? Las respuestas bien podrían ayudarnos a entender algunos de los tantos misterios de la compleja realidad cultural peruana.

Cañaris no es un problema, sino una oportunidad para probar la aptitud de nuestras autoridades para respetar la voluntad y el juicio de un pueblo, por humilde que les parezca, pero, sobre todo, es una oportunidad para conocernos mejor como nación.


Fuente: Noticias SER

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