La iniciativa, coordinada por el centro tecnológico Cartif, se ha centrado en los principales componentes del coche eléctrico y en los puntos de recarga.
Cristina G. Pedraz/DICYT El ecodiseño es una práctica que consiste en incorporar los factores ambientales en la toma de decisiones durante el desarrollo de productos, como un factor adicional a los que tradicionalmente se han contemplado, como los costes o la calidad. Con el fin de incorporar esta filosofía al vehículo eléctrico, el centro tecnológico Cartif de Valladolid ha coordinado el proyecto europeo Green Car Eco-design, una iniciativa del programa Interreg IV-B SUDOE en la que han participado siete socios españoles, franceses y portugueses. El proyecto, cuya ejecución ha concluido esta misma semana, se ha llevado a cabo en los últimos dos años y ha contado con un presupuesto cercano a los 1’17 millones de euros.
Según detalla a DiCYT la coordinadora del proyecto, la investigadora de Cartif Nuria García Rueda, el objetivo general ha sido integrar la variable ambiental en la etapa de diseño de los principales componentes de los vehículos eléctricos y de los puntos de recarga, así como aumentar el conocimiento de su impacto ambiental a lo largo del ciclo de vida. Para ello, el centro tecnológico vallisoletano ha contado como socios con la Universidad de Mondragón, la Fundación Centro Tecnológico de Manresa, la Fundación Instituto Andaluz de Tecnología, el Instituto Tecnológico de Aragón, la Escuela Superior de Tecnologías Industriales Avanzadas de Bidart (Francia) y el Instituto Politécnico de Setúbal, así como con un comité asesor formado por empresas del sector.
En una primera fase, seleccionaron los componentes del vehículo eléctrico que serían “eco-rediseñados”, en concreto la batería, el convertidor, los puntos de recarga, los frenos, el aire acondicionado y los sistemas auxiliares alimentados por energías renovables. Asimismo, definieron un vehículo tipo para realizar los estudios con una serie de especificaciones: 1.200 kilogramos de peso, un solo ocupante de 70 kilogramos, uso particular y recorrido urbano de 100.000 kilómetros durante 10 años de vida útil, cinco plazas, una autonomía de 140 kilómetros, una velocidad promedio de 35 kilómetros a la hora y una velocidad máxima de 120, y que fuera capaz de superar pendientes de hasta el 20 por ciento.
En base a esta información y, tras un estudio inicial de cada uno de los componentes, los investigadores propusieron una serie de medidas de ecodiseño que fueron implementadas después en prototipos, para validar con datos reales los resultados teóricos.
En el caso de la batería, explica Nuria García Rueda, la labor principal se ha centrado en reducir su masa, una tarea que ha realizado el Instituto Politécnico de Setúbal. “Se analizó una batería de fosfato de hierro y litio de 192 kilogramos y se observó que la mayor contribución al impacto ambiental procedía la etapa de materiales, por lo que se decidió como estrategia reducir su masa, pero sin comprometer la autonomía que es crítica en un vehículo eléctrico. Se ha añadido como innovación un extensor de autonomía, un sistema muy interesante porque en trayectos cortos no necesita activarse, pero cuando la carga se agota puede proporcionar esa energía suplementaria. El conjunto formado por extensor y batería pesa menos que la batería original e incrementa mucho la autonomía, ya que con un depósito de 12 litros de gasolina se pueden realizar del orden de 450 kilómetros”, subraya.
Respecto al convertidor, componente que ha abordado la Universidad de Mondragón, es el que realiza una mayor contribución al impacto ambiental. Las estrategias de ecodiseño se han centrado aquí “en mejorar la eficiencia, para lo que se ha aunado inversor y cargador, una nueva modalidad con la que se ha aumentado la potencia resultado hasta dos veces y media”, destaca la investigadora.
Cristina G. Pedraz/DICYT El ecodiseño es una práctica que consiste en incorporar los factores ambientales en la toma de decisiones durante el desarrollo de productos, como un factor adicional a los que tradicionalmente se han contemplado, como los costes o la calidad. Con el fin de incorporar esta filosofía al vehículo eléctrico, el centro tecnológico Cartif de Valladolid ha coordinado el proyecto europeo Green Car Eco-design, una iniciativa del programa Interreg IV-B SUDOE en la que han participado siete socios españoles, franceses y portugueses. El proyecto, cuya ejecución ha concluido esta misma semana, se ha llevado a cabo en los últimos dos años y ha contado con un presupuesto cercano a los 1’17 millones de euros.
Según detalla a DiCYT la coordinadora del proyecto, la investigadora de Cartif Nuria García Rueda, el objetivo general ha sido integrar la variable ambiental en la etapa de diseño de los principales componentes de los vehículos eléctricos y de los puntos de recarga, así como aumentar el conocimiento de su impacto ambiental a lo largo del ciclo de vida. Para ello, el centro tecnológico vallisoletano ha contado como socios con la Universidad de Mondragón, la Fundación Centro Tecnológico de Manresa, la Fundación Instituto Andaluz de Tecnología, el Instituto Tecnológico de Aragón, la Escuela Superior de Tecnologías Industriales Avanzadas de Bidart (Francia) y el Instituto Politécnico de Setúbal, así como con un comité asesor formado por empresas del sector.
En una primera fase, seleccionaron los componentes del vehículo eléctrico que serían “eco-rediseñados”, en concreto la batería, el convertidor, los puntos de recarga, los frenos, el aire acondicionado y los sistemas auxiliares alimentados por energías renovables. Asimismo, definieron un vehículo tipo para realizar los estudios con una serie de especificaciones: 1.200 kilogramos de peso, un solo ocupante de 70 kilogramos, uso particular y recorrido urbano de 100.000 kilómetros durante 10 años de vida útil, cinco plazas, una autonomía de 140 kilómetros, una velocidad promedio de 35 kilómetros a la hora y una velocidad máxima de 120, y que fuera capaz de superar pendientes de hasta el 20 por ciento.
En base a esta información y, tras un estudio inicial de cada uno de los componentes, los investigadores propusieron una serie de medidas de ecodiseño que fueron implementadas después en prototipos, para validar con datos reales los resultados teóricos.
En el caso de la batería, explica Nuria García Rueda, la labor principal se ha centrado en reducir su masa, una tarea que ha realizado el Instituto Politécnico de Setúbal. “Se analizó una batería de fosfato de hierro y litio de 192 kilogramos y se observó que la mayor contribución al impacto ambiental procedía la etapa de materiales, por lo que se decidió como estrategia reducir su masa, pero sin comprometer la autonomía que es crítica en un vehículo eléctrico. Se ha añadido como innovación un extensor de autonomía, un sistema muy interesante porque en trayectos cortos no necesita activarse, pero cuando la carga se agota puede proporcionar esa energía suplementaria. El conjunto formado por extensor y batería pesa menos que la batería original e incrementa mucho la autonomía, ya que con un depósito de 12 litros de gasolina se pueden realizar del orden de 450 kilómetros”, subraya.
Respecto al convertidor, componente que ha abordado la Universidad de Mondragón, es el que realiza una mayor contribución al impacto ambiental. Las estrategias de ecodiseño se han centrado aquí “en mejorar la eficiencia, para lo que se ha aunado inversor y cargador, una nueva modalidad con la que se ha aumentado la potencia resultado hasta dos veces y media”, destaca la investigadora.
Fuente: Revista Oro Negro
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