lunes, 5 de agosto de 2013

Desperdicio de tierras en la Amazonía del Perú / Escribe Marc Dourojeanni

sierra7bn
Foto: SPDA
Escribe Marc Dourojeanni / Profesor Emérito de la Universidad Nacional Agraria de La Molina

Bien sabido es que en la Amazonía se desperdicia casi todo, en especial las oportunidades. Por ello, esa región ya ha sido descrita como tierra sobreexplotada y subutilizada. Pero de todos los desperdicios, el peor y el menos comprendido es el desperdicio de la tierra. En la Amazonía del Perú cada año se usa efectivamente apenas una de cada 6 a 8 hectáreas ya deforestadas para producir cosechas o mantener ganado. El resto se queda en descanso o, en verdad, abandono sin producir nada o casi nada. La tierra deforestada en la Amazonía del Perú, que oficialmente suma más de 7 millones de hectáreas, es el doble que la tierra que actualmente se cultiva en todo el país, es decir algo más de 3 millones de hectáreas.

Agricultura migratoria

Antes de mediados del siglo pasado se acuñó el término agricultura “migratoria” o “itinerante” o, también, agricultura de “tumba, roza y quema”, para describir la modalidad milenaria de agricultura que consiste en derrumbar el bosque, quemar la madera que no se usa, cultivar y abandonar el lugar cuando la fertilidad del suelo no permite más el desarrollo de los cultivos, lo que en promedio ocurre de 2 a 3 años después. La regeneración forestal, por diversos mecanismos físico-químicos, puede devolver cierta fertilidad al suelo, permitiendo que después de un periodo variable entre 5 y más de 20 años, se pueda regresar a hacer cultivos en el mismo lugar. Ese lapso, en general, se conoce como “descanso”.

En verdad, existen innúmeras variantes de esa práctica que es propia de todos los bosques tropicales del mundo, en uno de cuyos extremos está la que antaño hacían los indígenas amazónicos que simplemente migraban a otros lugares, pudiendo regresar al mismo local muchísimos años después y, en el otro, la actualmente practicada por gran parte de los pequeños y medianos agricultores, inclusive indígenas, en que la rotación es más corta y realizada dentro de un área confinada, en general una propiedad rural o una comunidad localizadas en la frontera agropecuaria-forestal.

Esa forma de agricultura, que es sostenible en el caso de espacios con una muy baja densidad de población rural, se convierte en la principal amenaza al patrimonio forestal cuando es practicada masivamente sobre enormes espacios por población migrante proveniente, en el caso del Perú, de la región altoandina. En términos sociales y económicos esa agricultura primitiva no permite la fijación de los agricultores ni acumular riqueza pues, además, se caracteriza por una bajísima productividad. En términos agronómicos esa práctica empeora los suelos y, en términos ambientales, es la causa principal de la deforestación, que a su turno ocasiona pérdida de diversidad biológica, erosión de suelos, desregulación de flujos hídricos y, a través de las quemadas, evacúa enormes cantidades de anhídrido carbónico.

En 1957 la FAO consideraba que en los países húmedos del trópico, la agricultura migratoria constituía el mayor obstáculo no solo para un incremento inmediato de la producción agrícola, sino también para la conservación de la productividad potencial bajo la forma de suelos y montes. Con el pasar del tiempo, el término y el concepto fueron disipándose, más aun, porque esa práctica tiene justificaciones sociales bajo ciertas condiciones y, de hecho, fue incorporada como una forma de agroforestería. Hoy es raro hablar de agricultura migratoria. Lamentablemente, estadísticas como las peruanas revelan que el problema persiste y que, por lo tanto, el desperdicio continúa. Por eso es importante volver a considerar esa forma de agricultura como una grave amenaza para la Amazonía y hacer algo consistente para cambiarla.

¿Es verdad que la tierra necesita “descanso”?

La agricultura migratoria es, en principio, una consecuencia de la baja fertilidad natural de los suelos. Por eso fue y es ampliamente usada. Menos del 3% de la Amazonía peruana tiene vocación natural para agricultura en limpio y, en total, en ella no más del 10% podría ser usado para todas las modalidades agropecuarias. Es decir que el 90% de ese enorme espacio tiene vocación natural para la producción forestal o para la generación de servicios ambientales.

Pero, la población migrante, generalmente muy pobre, llega a la Amazonía desconociendo la realidad e impresionada por la aparente fertilidad, se instala en donde puede y como puede, sin llevar en cuenta si la tierra que ocupa tiene aptitud para el cultivo. Está demostrado que la mayor parte de la deforestación para agricultura se da en tierras sin ninguna aptitud agropecuaria, especialmente en laderas pronunciadas. Tampoco tiene dinero para adquirir insumos que mejoren o mantengan su producción. Apenas la producción disminuye derrumba otro pedazo de bosque y recomienza el ciclo. Parte considerable de esa deforestación, en las laderas andino-amazónicas, es asimismo fruto de la apertura de pastos que son mantenidos apenas con el uso de fuego, hasta el agotamiento total del suelo.

De otro lado, dados los avances científicos y tecnológicos de las ciencias agrarias en general y del manejo de suelos tropicales en especial, hay evidencia de que si la relación beneficio-costo es positiva, se puede hacer agricultura, inclusive sostenible, casi en cualquier suelo. Es decir que en teoría no existe necesidad de hacer descansar el suelo. Pero eso requiere aplicar paquetes tecnológicos sofisticados y disponibilidad de equipos e insumos costosos, por ejemplo fertilizantes. Mientras peor sea la calidad o vocación natural del suelo para la agricultura, mayor será el costo de producción y viceversa. Al costo de producción debe sumarse el valor de los servicios ambientales que se perderán por usar esa tierra para agricultura. En conclusión, si bien en teoría se puede producir en cualquier suelo, en realidad la opción se limita a suelos razonablemente adecuados cuyo uso sea económicamente viable y que, quizá, cubran bastante más que el 10% que tiene cierta vocación natural.

Pero, si bien el descanso es técnicamente innecesario y ambientalmente indeseable pues genera más y más deforestación, como visto, se debe a que casi todos los agricultores, formales o informales, son muy pobres y carecen de asistencia técnica y financiera. Es decir, no tienen alternativas para hacer un uso más intensivo de la tierra deforestada. Este factor es tan o más importante que la propia calidad de la tierra. Se sabe, por ejemplo, que la agricultura migratoria se practica también donde los suelos son extremamente fértiles pues en esas condiciones los agricultores pobres no consiguen combatir la rápida proliferación de malezas y, por eso, prefieren abrir otro pedazo de bosque evitando, por un par de años, el problema de la mala hierba. Eso, con un poco de dinero, se resolvería fácilmente. Los agricultores más ricos o mejor preparados establecen cultivos permanentes, como café y cacao, o usan insumos químicos para superar la baja fertilidad o controlar las malezas.

El “descanso”, de ser socialmente inevitable, no precisa ser un desperdicio. Es decir, mientras persista la situación socioeconómica que empuja a millares de pobres rurales sobre la Amazonía peruana y persista la política gubernamental de abrir carreteras nuevas sin brindar asistencia técnica y financiera, habrá deforestación y mucha tierra deforestada sin uso. Pero, hay alternativas que merecen ser mejor aprovechadas.

Ha sido bien demostrado que los indígenas amazónicos saben tirar algún provecho de la vegetación secundaria, bien sea provechando la madera u otros productos y cazando en ellas, pues esos bosques favorecen la presencia de especies de caza de pequeño porte. Pero, las “purmas” de los colonos quedan prácticamente sin uso. Éstas son, en realidad, bosques de rápido crecimiento, algunas veces casi homogéneos, con especies que pueden tener alto valor de mercado en las circunstancias actuales. Varios estudios han demostrado que esos bosques, con prácticas de manejo simples y baratas, al alcance de cualquier agricultor que disponga de un machete, pueden brindar una alta rentabilidad para sus dueños .

También hay ejemplos de campesinos que, cuando hicieron sus chacras intercalaron en el cultivo a plantones de especies valiosas, como cedro y caoba, recogidos en el bosque por ellos mismos. Llegado el momento de abandonar la parcela, dejaron esos arbolitos en medio de la vegetación secundaria. Terminada la rotación, encontraron que, en medio de la “purma”, sus árboles valiosos habían prosperado sin problemas, garantizando el futuro familiar. Hacer eso es elemental y cualquier campesino puede hacerlo sin apoyo estatal.

Pero, el principal problema en relación a las áreas deforestadas y abandonadas es el que se presenta en las áreas que fueron usadas para pastos. En estas, el nivel de erosión y degradación del suelo es tan extremo que ya nada crece sin el uso previo de maquinaria y de insumos, es decir de una inversión considerable.

El rol del Estado

Tanta tierra deforestada y abandonada sin uso en la Amazonía debería preocupar a los gobiernos. Pero, ese no es el caso. Ningún plan de desarrollo agropecuario, ninguna inversión pública, se ha orientado efectivamente a dar uso a tanta tierra desperdiciada. Lo más lamentable es que esa tierra ya habilitada para agricultura suele, en general, estar accesible por carreteras, las mismas que facilitaron su deforestación. Es decir, son tierras valiosas que podrían albergar cultivos intensivos, de tipo anual o perenne o plantaciones forestales nativas o exóticas. Nada es peor que el suelo desnudo, especialmente en laderas.

Dicho sea de paso, los recursos para eso están disponibles en el sector privado, siempre ávido por expandir cultivos industriales, como la palma aceitera, o por hacer plantaciones de especies madereras como teca, pino o eucalipto. Pero ocurre que la posesión de esos millones de hectáreas no está regularizada. En verdad nadie sabe quién es el dueño o, en cambio, si existen varios dueños. Esa situación inviabiliza el mercado de tierras y, asimismo, imposibilita su arrendamiento o cualquier contrato para uso de esa tierra. La falta de regularización de la tenencia de la tierra, que es responsabilidad del Estado, es una causa central del desuso de millones de hectáreas y, a la vez, es indirectamente responsable por más deforestación. Peor aún, los inversionistas usan ese argumento para exigir del gobierno recibir tierras con bosque real, para instalar sus empresas, como es evidente en el caso de la palma aceitera y de otros cultivos que se amparan en el errado concepto de que los biocombustibles son ambientalmente deseables. En realidad, lo mejor sería que después de regularizar la tenencia de la tierra el gobierno se oriente primeramente a brindar el apoyo técnico y financiero que los actuales dueños de la tierra necesitan para usarla más y mejor.

Pero el Estado tiene otra responsabilidad. En efecto, en promedio, cada hectárea cultivada en la Amazonía peruana produce de cinco a diez veces menos, dependiendo del cultivo, de lo que podría producir usando tecnología conocida. El caso es más extremo en la pecuaria, donde aún se usan de 2 a 3 hectáreas de pasto para mantener una cabeza de bovino que no alcanza ni la cuarta parte del peso que sería normal en el mismo lapso en ganaderías bien manejadas. Es decir, apenas duplicando la productividad se podía usar menos tierra y por lo tanto se necesitaría deforestar mucho menos que ahora para alimentar a la misma población.

En conclusión

La realidad peruana demuestra lo obvio. Con la enorme extensión ya deforestada en la Amazonía, ese país -por lo menos en el medio plazo- no necesitaría deforestar una sola hectárea a más para aumentar la producción agropecuaria en esa región. Basta para eso que el gobierno: (i) priorice y premie la intensificación del uso de la tierra ya deforestada, para abreviar los periodos de descanso o aprovecharlos para producir madera o para otros cultivos y; (ii) que se concentre en aumentar la productividad por hectáreas que es actualmente extremamente baja. En ambos casos es necesario brindar apoyo técnico y financiero a los productores rurales pero, principalmente, hacerlo depende de concluir, de una vez por todas, el proceso de regularización de la propiedad de la tierra en la Amazonía.

Pero, el gobierno hace exactamente lo contrario. Es decir, estimula la agricultura migratoria. En efecto: (i) multiplica la construcción de carreteras que abren más y más bosques a la deforestación en lugar de mantener o mejorar las existentes; (ii) no brinda apoyo de ninguna clase a los agricultores migrantes pobres ni a los residentes pero, en cambio, promueve cultivos agroindustriales como la palma aceitera; (iii) permite que ricos y poderosos acaparen las mejores tierras en las que siembran pastos apenas para marcar presencia y reservarlas para futuras especulaciones y; (iv) viene demorando por décadas la urgente regularización de la tenencia de la tierra en la Amazonía.


Fuente: Actualidad Ambiental

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